“Antonio postrado, Lola
perdida… y Don Luis con la soga al cuello.”
Lo del temblor
no fue nada comparado con el enfado que los jugadores —contra el cura Don José—
cargaban. Los pobladores no estaban alarmados: solo unos frisos, cielos rasos y
losas se dañaron, así que eso pronto lo olvidaron.
Pero, cada vez
que el párroco pasaba por la calle o a sus feligreses saludaba, siempre había
alguno que, con sarcasmo, le comentaba:
—Y entonces, Don José, ¿ya dejó de
hacer trampas… o debemos esperar que la tierra tiemble de nuevo?
Y le soltaban la carcajada en la
cara.
Esas burlas se
originaron por los comentarios que Don Gastón les hacía a todos aquellos que le
iban a comprar —a su ferretería— algún material para reparar los daños causados
por el temblor. ¡Él aún estaba convencido de que fue Dios quien quiso castigar al
cura por hacer trampas en la casa parroquial!
Esto de la
sacudida de tierra hizo que Don Luis retrasara el viaje a la hacienda no una,
sino tres semanas más de lo esperado.
Ya Antonio tenía
casi un mes sin saber nada de Lola. Estaba desolado. Intentó dos veces ir a
verla al campo, donde se encontraba, pero Lola se le negó: no le permitía que
se le acercara… mandaba a los jornaleros a impedirle la entrada.
De esto Don Luis
no sabía nada y, por esa misma razón, Márgara y Doña Ana a Lola no le hablaban.
Estaban deseosas de regresar y apartarse de ella: estaba arisca, siempre
enojada, simplemente… ¡no la soportaban!
Don Luis fue a
casa de los Santamaría para ver a Antonio y enterarse de cómo seguía su salud.
Fue una gran sorpresa para él encontrarlo postrado en cama. Verlo, los ojos
lastimaban: estaba desprolijo y macilento, hasta sucio aparentaba; su
desolación impresionaba.
Fue el padre de
éste quien rompió el silencio. Sin disimular su descontento, acusó a Lola de
ser la causante del mal de su hijo. Le contó todo lo sucedido y la tildó de
desconsiderada y grosera.
Por primera vez
en su vida, Don Luis se avergonzaba de un miembro de su familia. Cabizbajo,
solicitó permiso para hablar con Antonio. Don Augusto Santamaría dudó al
respecto, pero luego razonó: sabía que Don Luis era un caballero de bien y nada
haría a su hijo para su desmedro.
Una vez solos,
Don Luis tragó saliva e inhaló profundo, como para sacar fuerzas y hablar con
aquel hombre que allí se encontraba: Antonio era un despojo, y eso le dolía
profundamente.
—Antonio, escúchame, por favor, te
suplico me mires a los ojos…
Pero Antonio nada que le miraba.
—Antonio
—insistió Don Luis—, te conozco desde que eras un niño; sé que tu fortaleza es
mayor a la que ahora muestras. No justificaré la acción de Lola, pero, en su
defensa, te digo una cosa: ella te ama con pasión. Algo pasa en su cabeza que
le hace actuar con esa rareza, con esa dureza. Si realmente la amas, que no la
desprecie tu corazón… ¡luchemos juntos por rescatarla! Creo que el amor de
ustedes merece bien esa pena, ¿o me equivoco?
Hizo una pausa,
pues se le hizo un nudo en la garganta: estaba a punto de llorar. Aquella
escena era más dura de lo que nunca pudo imaginar.
Cuando estaba a
punto de darse por vencido e irse deshecho, Antonio lo sujetó por la mano y le
miró a los ojos.
—Usted tráigame a Lola, que yo
esperaré por ella y lucharé por nuestro amor…
Más que palabras
fue un balbuceo, pero suficiente para que Don Luis se llenara de ánimo. Tomó su
mano entre las suyas y la besó con devoción. Le estaba agradecido: su bondad le
devolvió el alma al cuerpo.
—¡Bien, muchacho, así se habla!
Quiero que de esa cama te levantes, que vuelva a ti el coraje y luches por
ella, como ella lo haría por ti, si estuviera en sus cabales.
Dejó a Antonio
con su padre y se marchó de inmediato para su casa. Dispondría todo para salir
de viaje al día siguiente en la madrugada… ¡traería a Lola de vuelta, así fuera
a rastras!
“Antonio no come, no se baña… pero eso sí: no
suelta a Lola.”
ERES UNA PITONISA CON ESO DELOS TERREMOTOS. ESE VIEJO SI ES METICHE, PARA NO DECIR OTRA COSA. LOLA LO ESTA MATANDO SIN DARLE DE COMER, JEJEJE
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