“Anita: reina del susto,
maestra del disimulo.”
Anita y Juancito
salieron del salón protestando; prácticamente, las nanas se los llevaron
obligados. A ellos no les parecía justo que les impidiesen seguir escuchando y,
más ahora, que de la bruja estaban hablando.
Desde la cocina
vieron que su abuelo salía y dejaba a su madre sola con sus tías y abuela.
Anita le dio un codazo a su hermano y le hizo señas; con los ojos le indicaba
que volvieran allá, donde los adultos se entretenían. Juancito, que era muy
curioso, aceptó de inmediato el plan de su hermana.
En lo que
pudieron, se escabulleron de la vigilancia de Doña María y Doña Blanca, quienes
estaban distraídas hablando con Doña Teresita sobre los problemas que en la
familia se avecinaban. Se dirigieron al salón, pero Doña Matilde resguardaba la
entrada. Tuvieron que esconderse detrás de unos helechos en sus tinajas.
Juancito, torpemente, hizo ruidos y con ello alertó a las mujeres. Todas se
levantaron y revisaron por todos lados, pero sus pequeños cuerpos el follaje
bien ocultaba.
Escucharon cómo
de nuevo se sentaban y que su abuela un cuento sobre la bruja echaba. Como bien
no oían, se acercaron por el piso a rastras, ocultándose debajo de las faldas
del gran sofá. Ahí sí escucharon claramente cuando su madre y sus tías
exhortaban a su abuela para que continuara contando. Oyeron decir:
—Bien, continúo.
Como les decía… ¡a los hombres el aliento les sacaba y el sueño se los robaba!
¡Hacía, con sus corazones, lo que le daba la gana!
Juancito, que lo
que tenía de curioso lo tenía de cobarde, al escuchar las palabras de su abuela
los ojos se le salieron de las órbitas y abrió la boca para dejar salir un
grito de espanto, pero Anita se la tapó de inmediato, sofocando el chillido de
su hermano. Juancito luchó para liberarse de Anita, que lo tenía sujeto; ¡se
zafó y huyó a rastras por el piso como alma que se lleva el diablo!
Las mujeres, al
escuchar los ruidos extraños, salieron despavoridas del salón, lo que aprovechó
Anita para escaparse por la ventana como si nada hubiera pasado. Llegó hasta
los columpios donde sus otros hermanos jugaban; les contó lo de la bruja y de
cómo Juancito, del susto, se cagara. Todos reventaron en risas y carcajadas…
¡de él se burlaban!
El día
transcurrió con secretos guardados; las mujeres y los niños ocultaban sus
miradas. Llegada la noche, Anita esperó que todos se acostaran y transcurriera
el tiempo para que profundamente dormidos quedaran. Se levantó sigilosamente,
salió de su habitación con algo en las manos que debajo de su almohada había
guardado.
Su pequeña y
grácil silueta, vestida con su largo pijama blanco, en la oscuridad de la noche
parecía un fantasma. Se deslizó por el largo pasillo hasta llegar al cuarto de
los varones. Abrió la puerta suavemente, pero esta chirrió.
Juancito, que
aún no superaba el susto, se cubrió hasta la cabeza con su ropa de cama, pues
no permitiría que la bruja le robara el sueño ni el aliento… ¡ni que con su
corazón hiciese lo que le diese la gana! Cerró los ojos y sintió cómo algo a su
cama se arrimaba. Los pelos del cuerpo se le erizaron y un frío le recorrió
toda la espalda.
A pesar del
terror que lo secuestraba, la curiosidad lo venció; abrió los ojos y bajó la
sábana… ¡solo para encontrarse la cara del diablo envuelta en llamas!
Juancito casi se
muere del susto; soltó agudos gritos de miedo despertando a sus otros hermanos,
quienes también vieron al diablo y se sumaron a la histeria.
Anita, como
tonta no era, calculaba que los adultos ya se habrían despertado por la
gritería. Sopló la vela, apagándola, al tiempo que corría rápidamente a su
habitación y se acostaba en su cama. Se hizo la dormida, como si no supiera de
lo que se trataba. Tapaba su cara con la almohada —donde la vela con los
cerillos ocultaba— para que no se escuchara su risa.
Se burlaba de
sus hermanos: más que varones… ¡parecían mariquitas sobre flores posando!
“Los
varones quedaron traumados… y Anita, ascendida a leyenda.”
NOTA: la foto que ilustra este relato corresponde a mi abuela Belén, a mi madre y a mi tío Salvador.
Creo que en estos últimos relatos una de tus mas fervientes lectoras se va a morir de la risa, las dos sabran de quien estoy hablando. Por otra parte, estos pequeños personajes hacen tomar vida a los capítulos.
ResponderEliminarYa me imagine que eran los niños!
ResponderEliminarJajajajaja pues yo no pensé que eran las criadas !!
ResponderEliminarMe alegra que los entretenga la lectura... a mi me entretiene escribir para ustedes. Saludos!!!!
ResponderEliminar