viernes, 11 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (23) ANITA, LA TRAVIESA Y JUANCITO, EL CAGAO.




“Anita: reina del susto, maestra del disimulo.”

Anita y Juancito salieron del salón protestando; prácticamente, las nanas se los llevaron obligados. A ellos no les parecía justo que les impidiesen seguir escuchando y, más ahora, que de la bruja estaban hablando.

Desde la cocina vieron que su abuelo salía y dejaba a su madre sola con sus tías y abuela. Anita le dio un codazo a su hermano y le hizo señas; con los ojos le indicaba que volvieran allá, donde los adultos se entretenían. Juancito, que era muy curioso, aceptó de inmediato el plan de su hermana.

En lo que pudieron, se escabulleron de la vigilancia de Doña María y Doña Blanca, quienes estaban distraídas hablando con Doña Teresita sobre los problemas que en la familia se avecinaban. Se dirigieron al salón, pero Doña Matilde resguardaba la entrada. Tuvieron que esconderse detrás de unos helechos en sus tinajas. Juancito, torpemente, hizo ruidos y con ello alertó a las mujeres. Todas se levantaron y revisaron por todos lados, pero sus pequeños cuerpos el follaje bien ocultaba.

Escucharon cómo de nuevo se sentaban y que su abuela un cuento sobre la bruja echaba. Como bien no oían, se acercaron por el piso a rastras, ocultándose debajo de las faldas del gran sofá. Ahí sí escucharon claramente cuando su madre y sus tías exhortaban a su abuela para que continuara contando. Oyeron decir:

—Bien, continúo. Como les decía… ¡a los hombres el aliento les sacaba y el sueño se los robaba! ¡Hacía, con sus corazones, lo que le daba la gana!

Juancito, que lo que tenía de curioso lo tenía de cobarde, al escuchar las palabras de su abuela los ojos se le salieron de las órbitas y abrió la boca para dejar salir un grito de espanto, pero Anita se la tapó de inmediato, sofocando el chillido de su hermano. Juancito luchó para liberarse de Anita, que lo tenía sujeto; ¡se zafó y huyó a rastras por el piso como alma que se lleva el diablo!

Las mujeres, al escuchar los ruidos extraños, salieron despavoridas del salón, lo que aprovechó Anita para escaparse por la ventana como si nada hubiera pasado. Llegó hasta los columpios donde sus otros hermanos jugaban; les contó lo de la bruja y de cómo Juancito, del susto, se cagara. Todos reventaron en risas y carcajadas… ¡de él se burlaban!

El día transcurrió con secretos guardados; las mujeres y los niños ocultaban sus miradas. Llegada la noche, Anita esperó que todos se acostaran y transcurriera el tiempo para que profundamente dormidos quedaran. Se levantó sigilosamente, salió de su habitación con algo en las manos que debajo de su almohada había guardado.

Su pequeña y grácil silueta, vestida con su largo pijama blanco, en la oscuridad de la noche parecía un fantasma. Se deslizó por el largo pasillo hasta llegar al cuarto de los varones. Abrió la puerta suavemente, pero esta chirrió.

Juancito, que aún no superaba el susto, se cubrió hasta la cabeza con su ropa de cama, pues no permitiría que la bruja le robara el sueño ni el aliento… ¡ni que con su corazón hiciese lo que le diese la gana! Cerró los ojos y sintió cómo algo a su cama se arrimaba. Los pelos del cuerpo se le erizaron y un frío le recorrió toda la espalda.

A pesar del terror que lo secuestraba, la curiosidad lo venció; abrió los ojos y bajó la sábana… ¡solo para encontrarse la cara del diablo envuelta en llamas!

Juancito casi se muere del susto; soltó agudos gritos de miedo despertando a sus otros hermanos, quienes también vieron al diablo y se sumaron a la histeria.

Anita, como tonta no era, calculaba que los adultos ya se habrían despertado por la gritería. Sopló la vela, apagándola, al tiempo que corría rápidamente a su habitación y se acostaba en su cama. Se hizo la dormida, como si no supiera de lo que se trataba. Tapaba su cara con la almohada —donde la vela con los cerillos ocultaba— para que no se escuchara su risa.

Se burlaba de sus hermanos: más que varones… ¡parecían mariquitas sobre flores posando!

Los varones quedaron traumados… y Anita, ascendida a leyenda.”

NOTA: la foto que ilustra este relato corresponde a mi abuela Belén, a mi madre y a mi tío Salvador.

4 comentarios:

  1. Creo que en estos últimos relatos una de tus mas fervientes lectoras se va a morir de la risa, las dos sabran de quien estoy hablando. Por otra parte, estos pequeños personajes hacen tomar vida a los capítulos.

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  2. Jajajajaja pues yo no pensé que eran las criadas !!

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  3. Me alegra que los entretenga la lectura... a mi me entretiene escribir para ustedes. Saludos!!!!

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