miércoles, 23 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( IX ) EL CURA






LOLA Y SUS ENREDOS: ( IX ) EL CURA


Lola estaba realmente preocupada; no podía obviar su intuición; ésta le decía que algo sucedía… no era simple casualidad que tres hombres, bien conocidos y queridos, falleciesen cerca de ella y en similares circunstancias… algo sucedía y lo descubriría. No pasaba por su mente vivir el resto de su vida bajo murmuraciones y con temores innecesarios. Lo dicho por Doña Rosaura, la bruja, le impresionó más de lo que había llegado a imaginar. Era cierto que lo dicho por ella se asemejaba a la realidad, pero no era, necesariamente, la verdad… sería casualidad o coincidencia; pero, no lo aceptaba como una profecía fatal. Sabía que el acudir a echarse las cartas no estuvo bien, para nada… era contrario a sus creencias religiosas, a su fe. Esta era su principal causa de perturbación: las habladurías estaban quebrantando la confianza en si misma y sus convicciones, y eso era… totalmente inaceptable!
Como quiera que Ana Isabel estaba a cargo de los niños, según lo acordado, ella disponía de entera libertad para hacer lo que debió haber hecho desde un principio: Si algo “extraño” sucedía, el más indicado para guiarla y ayudarla era Don José, el Párroco. Se bañó y vistió más rápido de lo que canta un gallo y, en cuestión de minutos, ya estaba en la Iglesia, que quedaba al cruzar la calle.
Vestida apropiadamente y con una mantilla echada sobre la cabeza, Lola entró al sagrado lugar. A esa hora la Iglesia estaba completamente vacía y rodeada de una atmósfera mística. La dorada luz del sol del atardecer, hacía que pareciera estar cubierta de oro; con destellos mágicos por los colores de los hermosos vitrales que adornaban todos los ventanales, donde se reflejaban las llamas de las velas encendidas… como estrellas titilando en el firmamento. Ciertamente, era su lugar preferido, más que la cocina y la alcoba; la paz espiritual que ese recinto le brindaba… no tenía comparación con nada.
Don José la vio nacer, le impartió los sagrados sacramentos del bautismo, confirmación, comunión y matrimonio… también ofició las misas para sus difuntos: sus abuelos y sus maridos. Lo buscó, pero no lo encontró por ningún lado; así que se dirigió a la casa parroquial, anexa a la Iglesia. Lo llamó en voz alta, pero nada que apareció. Se sentó a esperarlo en una de las bancas del patio central; todas ellas eran de mosaicos coloridos. Desde ahí podía ver cuando Don José llegara por la entrada del corredor principal. Piaban las aves, olía a jazmines y también a rosas, estaba fresca la tarde y se sentía maravillosa. Aquél lugar la relajaba y la llenaba de la paz que necesitaba. Distraída como estaba en sus pensamientos, fue sorprendida por un joven muy apuesto.
- Buenas tardes, en que puedo servirla… ah! Es usted Doña Lola?- le dijo con amabilidad Don Francisco, un sacerdote recién ordenado. Le explicó a ella que el Párroco se encontraba en la ciudad Capital, haciéndose unos chequeos médicos, pues no se encontraba bien de salud; en su lugar había quedado él encargado de la Parroquia hasta que regresara.
-Ah! Entiendo, que mala suerte la mía… necesitaba hablar urgente con él, para que me sirviera de guía. Y usted no me puede ayudar, pues para que me pueda asesorar… mi larga historia le tendría que contar- le explicó Lola con cara de lamento.
- Por eso no se debe preocupar, Don José me contó todo lo necesario sobre sus feligreses, para que yo les pudiese ayudar- mientras le hablaba, el joven sacerdote veía extasiado a Lola… como una aparición celestial. Notó –avergonzado- que algo bajo su sotana… se empezó a agitar. En consciencia de la emoción que lo puso indispuesto, hizo corrección inmediata.
- Doña Lola, sus confidencias las oiré en el confesionario, así será un secreto de guardar, le parece?- No le dio chance de contestar a Lola, se puso en marcha, directo al confesionario; necesitaba poner distancia entre ese ángel y él… o sería su perdición! Lola lo siguió sin chistar. Se arrodilló y empezó a hablar. De vez en cuando Lola callaba, pues le parecía escuchar –dentro del confesionario- unos golpeteos, como los que suenan cuando ella a sus hijos les da algunas palmadas, para que se calmen y guarden compostura. Pero como después se hacía de nuevo silencio, ella continuaba con sus cuentos.
- Que te quedes quieto, carajo… que la cosa no es contigo, qué vaina!- exclamó el padrecito todo alterado, sin poder evitar que Lola le escuchara.
- Qué? Qué dijo, padre? Le preguntó Lola toda extrañada, pues no comprendía nada.
- Nada, es que aquí he pillado un ratoncito, que no se queda quieto y ya me tiene nervioso. Mire Doña Lola, no se preocupe –le decía el padrecito algo molesto- Nada sucede sin que lo sepa y quiera Dios. Lo de usted… es pura mala suerte. Si algún pecado tuviere, yo la absuelvo de inmediato; como penitencia le impongo tres Padres Nuestros, un Ave María y una obra de caridad para el orfanato. Dicho esto, la bendijo y salió del confesionario… como alma que lleva el diablo!
Ya en la calle, el cura Don Francisco, con el aire fresco, se sentía más aliviado. Si la sotana fuera de hierro, por todo el pueblo se hubiesen escuchado las campanadas! El viejo Párroco Don José, nunca supo lo afortunado que fue; si él hubiera estado ahí en ese momento -en vez del joven Don Francisco- otro hubiera sido el cuento, y Lola tendría -en su haber- el cuarto muerto.

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se observa el nombre de M. Cascales. Se presume autor o propietario, a él los méritos y derechos que correspondan.

3 comentarios:

  1. JAJAJAJA demasiado bueno, éste es el que mas me ha gustado de todos, me hizo reír a carcajadas, están excelentes de verdad... no se como se le ocurren estas cosas, pero están geniales,
    un beso

    Rumiana

    ResponderEliminar
  2. Gracias Rumiana, mi fiel lectora, amiga y consejera!

    ResponderEliminar
  3. Se salvo uno! Una pregunta: Porqué todos son Don y ninguno Don Juan?

    ResponderEliminar