Prólogo
Hay relatos que no buscan
explicar el mundo, sino abrirle una grieta por donde mirarlo de nuevo.
Fábulas que no enseñan, sino que interrogan.
En ellas, los seres no son sólo criaturas o fuerzas: son ideas que respiran,
preguntas que avanzan con la lentitud de una tortuga o la velocidad de un
halcón.
Aquí, cada encuentro es un
espejo fracturado.
Cada desencuentro, una verdad que se revela sin ruido.
Entrar en estas historias es aceptar que pensar también es una forma de sentir;
y que la distancia entre dos seres, a veces, es el espacio donde nace la
comprensión.
La tortuga avanzaba despacio, no porque no pudiera ir más
rápido, sino porque creía —de verdad— que si uno mira demasiado lejos se pierde
la posibilidad de comprender lo que pisa: un suelo lleno de pequeños detalles
—piedras, hierbas, grietas— que simbolizan el tiempo lento y la contemplación
profunda.
En lo alto, el halcón vuela con amplitud majestuosa, observando desde arriba un
paisaje vasto donde se insinúan caminos, ríos y montañas, como si fueran líneas
de un mapa del destino. Los detalles no importaban, solo la velocidad y la
altura.
No se miran directamente, pero se sienten conectados por una tensión silenciosa
entre lo cercano y lo lejano, lo lento y lo veloz.
Su mirada era un argumento.
La de la tortuga, una pregunta.
Se encontraron una tarde que parecía haberse quedado sin
luz.
Se reconocieron en silencio:
él vio en ella la paciencia que nunca lograría;
ella vio en él la amplitud que jamás alcanzaría.
Una tortuga y un halcón que
representan dos formas de pensar el mundo.
Intentaron caminar juntos, pero el mundo no estaba hecho para unir conceptos
opuestos:
la tortuga no podía respirar tan
alto;
el halcón no podía sobrevivir tan despacio.
No se odiaron por ello.
Se comprendieron.
Y en esa comprensión se dijeron adiós sin palabras.
Moraleja: Hay encuentros que nos enseñan quiénes
somos no por lo que logran unir, sino por lo que no puede mezclarse.
Epílogo
Si algo queda después de estos relatos, es la sospecha
de que no entendemos el mundo por lo que se une,
sino por lo que no puede fundirse.
En estas fábulas, lo imposible no es un fracaso, sino una vía hacia lo
esencial:
descubrir que la naturaleza de cada ser es su límite y su fuerza.
Tal vez la verdadera enseñanza no está en la moraleja,
sino en esa pequeña vibración interior que ocurre cuando una verdad nos toca…
sin tocarnos del todo.
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