lunes, 1 de diciembre de 2025

Fábula: La Tortuga que Pensaba en el Tiempo y el Halcón que Pensaba en el Mundo

 

Prólogo

Hay relatos que no buscan explicar el mundo, sino abrirle una grieta por donde mirarlo de nuevo.
Fábulas que no enseñan, sino que interrogan.
En ellas, los seres no son sólo criaturas o fuerzas: son ideas que respiran, preguntas que avanzan con la lentitud de una tortuga o la velocidad de un halcón.

Aquí, cada encuentro es un espejo fracturado.
Cada desencuentro, una verdad que se revela sin ruido.
Entrar en estas historias es aceptar que pensar también es una forma de sentir; y que la distancia entre dos seres, a veces, es el espacio donde nace la comprensión.

 

La tortuga avanzaba despacio, no porque no pudiera ir más rápido, sino porque creía —de verdad— que si uno mira demasiado lejos se pierde la posibilidad de comprender lo que pisa: un suelo lleno de pequeños detalles —piedras, hierbas, grietas— que simbolizan el tiempo lento y la contemplación profunda.
En lo alto, el halcón vuela con amplitud majestuosa, observando desde arriba un paisaje vasto donde se insinúan caminos, ríos y montañas, como si fueran líneas de un mapa del destino. Los detalles no importaban, solo la velocidad y la altura.
No se miran directamente, pero se sienten conectados por una tensión silenciosa entre lo cercano y lo lejano, lo lento y lo veloz.

Su mirada era un argumento.
La de la tortuga, una pregunta.

Se encontraron una tarde que parecía haberse quedado sin luz.
Se reconocieron en silencio:
él vio en ella la paciencia que nunca lograría;
ella vio en él la amplitud que jamás alcanzaría.

Una tortuga y un halcón que representan dos formas de pensar el mundo.
Intentaron caminar juntos, pero el mundo no estaba hecho para unir conceptos opuestos:

la tortuga no podía respirar tan alto;
el halcón no podía sobrevivir tan despacio.

No se odiaron por ello.
Se comprendieron.
Y en esa comprensión se dijeron adiós sin palabras.

Moraleja: Hay encuentros que nos enseñan quiénes somos no por lo que logran unir, sino por lo que no puede mezclarse.

Epílogo

Si algo queda después de estos relatos, es la sospecha de que no entendemos el mundo por lo que se une,
sino por lo que no puede fundirse.
En estas fábulas, lo imposible no es un fracaso, sino una vía hacia lo esencial:
descubrir que la naturaleza de cada ser es su límite y su fuerza.

Tal vez la verdadera enseñanza no está en la moraleja,
sino en esa pequeña vibración interior que ocurre cuando una verdad nos toca… sin tocarnos del todo.


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