
“Preparativos
perfectos, caos inevitable… ¡es Lola!”
Lola se quedó pasmada; no podía creer la eficiencia
del padrecito. Todo fue rápido y se fue apresurado. ¡Qué diligente era! Eso la
dejó tranquila. Ella se encontraba libre de culpas; de lo contrario, la
penitencia habría sido más pesada. Se quedó en el confesionario arrodillada,
rezando los Padres Nuestros y el Ave María que Don Francisco —el padrecito— le
encargara. Se puso de pie, se enderezó y salió como toda una santa, libre de
culpas y pecados. Ya anochecía.
Al llegar a la puerta principal, se volteó hacia el
altar, se arrodilló y se persignó, dando las gracias a Dios y a la Santísima
Virgen por haberle dado una vida tan privilegiada. Camino a la casa de sus
padres, vio de lejos la funeraria: estaban velando a Don Clemente, apenas ella
se reponía del susto. A pesar del cariño que le tuvo… ¡ni en retrato quería
verlo! Allí, sabía ella, se encontraban sus padres en representación de la
familia; no deseaban que Lola fuera, para que no sufriera disgustos o alguna pena.
Al entrar por la puerta, los niños se abalanzaron
sobre ella. No la habían visto en todo el día y la extrañaban sobremanera.
—Madre, nos probamos nuestros trajes para tu fiesta,
nos quedaron muy bien y nos gustan; parecemos unos príncipes… ¡como tú nos
dices! —le dijo Juancito, el mayor, mientras se abrazaba a ella.
—Estoy segura que así es; de cualquier manera…
¡siempre mis príncipes y princesas serán! —dijo ella con entusiasmo y alegría,
sentándose en el sofá y dejando que todos se le encimaran, con la acostumbrada
algarabía.
—Lola, ven conmigo —le dijo Márgara halándola del
brazo— tienes que ver los trajes… ¡Doña Cándida hizo maravillas!
Subieron con pasos apresurados a la antigua
habitación de Lola. Sobre la inmensa cama y los muebles se encontraban los
trajes de ella y de los niños… ¡eran espectaculares! Lola no dejaba de ver y
tocar los trajes, en especial los de las niñas… ¡toda una monada! Había
acertado en la escogencia de las telas y sus colores, nadie lo esperaría…
¡jamás! Estaba muy contenta; el susto y la preocupación quedaron en el olvido,
así lo creía ella.
Márgara le informaba que todo estaba dispuesto para
el festejo de su cumpleaños. Lola y los niños dormirían esa noche allí; ¡mañana
sería un día muy agitado, aunque no más que el corazón de Lola, que solo latía
por y para Antonio!
Llegó el día tan esperado por la familia: Lola se
encontraría con su amado después de largos años. Tenían esperanzas de que se
casaran y que este marido le durara más que Juan y Fernando… ¡Que Dios los
tenga en su Santa Gloria!
En el hogar de los Díaz Robaina, todo era un
ajetreo. De todo había que ocuparse; querían que todo quedara perfecto. Todos
andaban de aquí para allá, cada uno estaba encargado de algo y, aun así,
siempre algo estaba pendiente de resolverse. Almorzaron tarde; después todo
quedó en calma. Se hizo el silencio, reinó la paz… ¡todos tomaron la siesta!
Poco a poco se fueron despertando, la casa recobró
vida y un extraordinario esplendor, y se llenó de flores. Los jardines
adornados con luces y guirnaldas; las mesas con manteles de hilo y servicio de
cristal y plata. Los músicos se alistaban. La cocina expedía las más ricas
fragancias. Todos estaban listos y muy acicalados. Lola y sus hijos, en sus
aposentos, se guardaban. Sus padres y hermanas recibían a los invitados… ¡ya
pocos faltaban! Pero los principales ya estaban allí, desesperados por verla.
Don Luis subió a avisarle a Lola que debería
alistarse; pronto tendría que hacer su aparición. Al abrir la puerta, encontró
a su hija de pie, rodeada de sus hijos; así, listos como estaban, parecía ella
una joya en el centro de un mágico ramillete. No pudo disimular su amor y
admiración: no solo era bella y amorosa, era una mujer de temple y fervorosa…
¡su hija preferida!
—Hija, llegó el momento. Haz que tus hijos salgan,
tal como lo planeado, tú detrás de ellos —le dijo su padre, besándola con
aparente voz calma, porque estaba nervioso. Con Lola nunca se sabía qué
sucedería; ¡era parte de su encanto!
—¿Estoy algo nerviosa… ya llegó él? —le preguntó
Lola, correspondiéndole el beso.
—Sí, hija. Si te sirve de consuelo, él está peor que
tú; ¡es un manojo de nervios! Llegó hace rato y se apostó al pie de la
escalera, como cuidando que ningún otro hacia ti se abra paso —dijo riendo. Se
enganchó del brazo de su hija y se dispusieron a salir del aposento para darle
la bienvenida a sus invitados y compartir con ellos ese gran día, ese gran
evento: el reencuentro de dos enamorados ¡perdidos en la distancia, el silencio
y el tiempo!
“Moraleja: siempre revisa los trajes… y los
corazones.”
Ayayayya, que emocion, tiene que escribir el siguiente, me encanta lo emocionantes que son además necesito saber el color de los trajes:) jeje
ResponderEliminarEXCELENTE!
:-) Muy bueno
ResponderEliminarajajaja Hola Rumi... Hola Rosiris! gracias chicas... mañana tienen la próxima entrega! Besos y abrazos a ambas.
ResponderEliminarLa próxima victima no sabe lo que le espera!!! Ahora me doy cuenta que la primera victima fue Don Juan.
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