viernes, 2 de julio de 2010

Cuando el amor nos sostiene


 mor nos sostiene

Prólogo
Dentro de cada ser humano hay una fuerza silenciosa, capaz de sostenerlo frente a cualquier desafío. Esa fuerza se revela cuando nos escudamos en el amor de Dios: un amor que no oprime, sino que libera; que no impone, sino que da claridad y valentía. Es allí, en esa intimidad con lo divino, donde descubrimos que la firmeza y la audacia pueden coexistir con la humildad, y que la seguridad verdadera no proviene del ego, sino de un corazón sostenido por el amor que todo lo respalda.


Ella avanzaba por senderos de tierra y piedras calientes, sintiendo el roce áspero bajo sus pies, como el pulso firme de la vida misma.
Cada paso parecía marcar un ritmo secreto, una cadencia que sólo la valentía sabia y serena puede sostener.
Su voz, grave y clara, surgía sin imponerse, como un río que murmura entre rocas; y sus ojos sostenían la mirada de los demás, con la calma firme de quien conoce la fuerza que la guía.
No había orgullo en ella, sólo un fuego silencioso que brotaba del amor que sostenía lo verdadero y le enseñaba a actuar con justicia.

El viento rozaba su piel y agitaba su cabello, y en esa caricia encontraba la serenidad que da la certeza de que no camina sola.
Cada espina, cada sombra del camino, era un recordatorio de que la valentía no es ausencia de dolor, sino la disposición a avanzar, aun cuando éste se presente.
Sus pasos, ligeros y decididos, dibujaban un ritmo sutil, equilibrando fuerza y ternura; claridad y humildad; audacia y contemplación, como la luz que tiñe las montañas al amanecer, sin pedir reconocimiento.

Todo en ella era un acto de fidelidad: sus gestos, sus palabras, la manera en que se mantenía erguida ante el mundo.
La fuerza que emanaba no la buscaba ni la reclamaba; fluía como savia de un árbol que ha visto los siglos transcurrir, que nutre sin alardes, sostiene sin peso y da vida con discreción.
Cada instante era un testimonio silencioso del amor que la habitaba, un impulso místico que la guiaba a amar y proteger sin medida.

La luz del amanecer la tocaba como un abrazo tibio, revelando bordes dorados en su silueta, mientras su corazón respiraba confianza y valentía.
Todo en ella parecía equilibrar lo fuerte con lo tierno; la claridad con la humildad; la audacia con la contemplación.
Su andar era un canto silencioso, un acto de fidelidad a lo bueno, un testimonio de que la fuerza verdadera no exige reconocimiento.
Y así avanzaba, sostenida por un amor que llenaba cada gesto, cada mirada y cada palabra; un amor que no necesitaba ser proclamado, pero que lo envolvía todo, guiándola siempre hacia lo justo y lo verdadero.

Mostrarse con esas virtudes, como una bandera que ondea en lo alto, no era soberbia.
Era fidelidad: nombrarlo a Él en cada gesto, en cada paso, en silencio


Epílogo

El amor que nos sostiene es como un río profundo que corre bajo nuestra piel: invisible a los ojos, pero palpable en cada gesto, en cada palabra, en cada decisión. Reconocerlo es abrirse a poderes extraordinarios que nos permiten mirar sin temor, hablar con claridad y avanzar con firmeza incluso entre espinas. Estar conscientes de esta presencia es comprender que la fuerza verdadera no se ve ni se anuncia: se siente, se respira y nos guía a vivir con valentía y humildad.

El amor que nos sostiene es como un río profundo que corre bajo nuestra piel: invisible a los ojos, pero palpable en cada gesto, en cada palabra, en cada decisión. Reconocerlo es abrirse a poderes extraordinarios que nos permiten mirar sin temor, hablar con claridad y avanzar con firmeza  espinas. Estar conscientes de esta presencia es comprender que la fuerza verdadera no se ve ni se anuncia: se siente, se respira y nos guía a vivir con valentía y hu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario