Todos tenemos historias dignas de ser contadas... la vida no transcurre sin dejar huellas. Mi madre, no es la excepción. Amando a mi padre, hasta el delirio... fue la ama de casa perfecta. Para ella era un ritual de amor todo lo concerniente al hogar. Se desvivía porque todo fuera perfecto... para agradarlo a él, quien bien lo merecía y bien correspondía. Al fallecer su amado esposo, la vida se le tornó vacía... sin propósito. Por su maravillosa experiencia en el matrimonio, ella mantiene una posición machista: el hombre es maravilloso y esencial en la vida de una mujer... y hay que atenderlo como rey!
Faltando mi padre, se dedicó a cuidar a mi hermano menor, quien vive con ella. Cierto es... que es el menor... pero ya es un hombre!
Carlos José, que así se llama este hermano mío, es muy distinto a mi padre; en realidad, distinto a todos. Diferente a mi madre y a todos sus hermanos... incluyendome a mi. Es lento en todo. Detesta el apuro. Camina como si arrastrara los pies, con los hombros caídos. Si le haces una pregunta, primero piensa lo que va a contestar y, cuando dispone dar la repuesta... ya a uno se le olvidó lo que se le había preguntado. Es optimista, muy positivo... pero nada proactivo. No se angustia por nada, nada lo irrita... las cosas son como son, y lo que tenga solución... se solucionará; y lo que no... para qué pensar en ello? Es lo positivo al extremo... de una conformidad absoluta! Gracias a Dios, es noble de corazón... y ningún vicio tiene.
Mi madre, quien ya alcanza los 83 años, es una mujer estupenda. Si no fuera por su rodilla -que la hace cojear- fuera más activa que todos nosotros juntos. Es coqueta y con una mente amplia; tanto, que nos deja perplejos con su forma tan moderna de pensar.
Un dia -como muchos tantos- la voy a visitar; a sabiendas que permanece sola mucho tiempo. Así que la acompaño lo más que puedo, hasta que mi hermano regrese a casa. Ese día era Viernes. Ella se dispuso a esperarlo. Pues, era la única mujer de la casa y debía cerciorarse de que -antes de acostarse- se alimentara: le prepararía la cena.
Eran pasadas las nueve de la noche. Ambas estábamos sentadas en el comedor . Veíamos su novela preferida de ese horario: una brasileña por TELEVEN. Mi madre, medio sordeta por un oído, prestaba mucha atención al melodrama televisivo. Era un capítulo de esos en que el culebrón toma un giro distinto... el que define su final.
Por mala suerte, mi hermano llega justo en ese momento... en el momento en que -mi abnegada madre- está concentradísima en el desarrollo y culminación de su programa favorito. Como es propio, saludé a mi hermano y dialogué con él los pormenores de nuestro día. Ante tanta palabrerías, nuestra madre -con control remoto en mano- subió el volumen del televisor... para no perderse el desenlace . Al mismo tiempo preguntó a mi hermano:
- Cenaste?
- Un coño...!
- AH! un pollo...
- No, nada...!
- Ah! con ensalada...
La vida es un regalo de Dios. Nos la da como un bello cuarderno, con hojas en blanco; nos permite ensayar... rayarlo, borrar y volverlo a rayar: escribimos nuestra historia, Él solo pone el punto final.
jueves, 1 de julio de 2010
jajajaja... TREMENDA CENA
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Que hermoso y tierno esta este relato, de solo ller el dialogo me imagino a la abuela Lola hablando con esa picardia y con esa sonrisa siempre a punto de aflorar, Dios la bendiga y cuide muchos años mas para que pueda deleitarnos con sus malentendidos.
ResponderEliminarajajaja Amén!
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