“Porque incluso los sueños más perfectos pueden ser arrebatados por la mano invisible del poder”.
El Desvelo
Se acostó aquella noche con el corazón acelerado y la cabeza
martillando sin tregua. Cada pensamiento era un martillo invisible: las leyes
que prometen justicia y acaban en saqueo, los gobiernos que expropian y
humillan, la corrupción que devora lo que queda de dignidad, los poderosos que
manipulan vidas sin mirar atrás.
El aire en la habitación estaba cargado, pesado, como si
respirarlo fuera un esfuerzo. Su piel sentía el frío de la noche y al mismo
tiempo un calor insidioso que le recorría el cuerpo. Tomó medicación por miedo
a perder el control, a que un desmayo interrumpiera sus pensamientos, a que el
miedo le robara la razón mientras dormía. Cada latido era un tambor insistente
en sus oídos.
Y finalmente, al cerrar los ojos, la conciencia cedió.
El Paraíso Fugaz
Despertó en otro mundo. Caminaba por calles amplias,
iluminadas por la luz suave de un sol que parecía acariciar la piel. El aire
olía a tierra húmeda, pan recién horneado, hierba fresca. La ciudad bullía en
un murmullo distante: la gente corría, gesticulaba, preocupada, pero sus
palabras se le escapaban como viento entre los dedos. Hablaban de hijos que
podrían perderse, de hogares robados, de trabajos insuficientes, de alimentos
inalcanzables. Ella escuchaba y no comprendía; no la alcanzaban.
Tenía todo. Compraba sin medida, sin pensar en el costo:
ropa suave bajo sus manos, zapatos que olían a cuero nuevo, electrodomésticos
relucientes, alimentos que al tacto y al gusto eran un deleite. Saludaba a
conocidos que, como ella, reían con la ligereza de quienes no esperan el
desastre. La felicidad era un manto cálido, envolvente, que se sentía en cada
respiración.
Al volver a su hogar, la luz filtrada por las cortinas
iluminaba paredes cálidas, muebles que conservaban el aroma de la madera y de
los aceites naturales. Allí la esperaba su familia: seis personas que
compartían risas y abrazos. La piel se rozaba con suavidad, el tacto de las
manos cálidas transmitía seguridad. Cada gesto estaba lleno de cuidado y amor.
El hogar olía a pan horneado, a flores frescas y a humo de leña; el viento
movía las cortinas, llevándose consigo un murmullo de libertad. Todo parecía perfecto.
La felicidad no era un deseo, era tangible, un estado físico y emocional.
El Asalto de la Realidad
Pero la armonía se quebró de repente. La luz se tornó fría y
artificial; sombras se movían entre los árboles del jardín. Hombres de uniforme
rodeaban la casa, con armas que irradiaban poder y amenaza.
—¡Al suelo! —ordenó uno, iluminando sus rostros con
linternas que cortaban la noche.
Intentó explicar que eran personas de bien, que vivían en
paz. Sus palabras fueron respondidas con risas crueles, con burlas y amenazas
veladas. El tacto cálido de su hogar se deshizo en frío metálico. El perfume de
la leña y de las flores fue reemplazado por olor a humo y polvo. La risa de los
suyos, antes música, se transformó en un murmullo tembloroso. El miedo se
impregnó en la piel, en los músculos, en los huesos. La libertad, antes
palpable, se volvió frágil y distante.
La realidad había irrumpido, impune, y el paraíso se
desmoronaba como un castillo de arena barrido por la marea.
El Despertar
Despertó bruscamente, sentada en la cama, el sudor pegado a
la piel, temblando. La seguridad y la armonía del sueño se habían evaporado,
dejando el vacío de la certeza: la vida real es un territorio donde el poder
arbitrario decide quién vive tranquilo y quién se inclina ante la injusticia.
Y sin embargo, en la memoria del sueño persistía un refugio
imposible: el calor de las manos de su familia, el olor de la tierra y del pan,
la luz suave que acariciaba la piel, el murmullo de la libertad. Era un
recuerdo tan pleno que dolía, un paraíso que existía solo en la fragilidad de
los sueños, un testimonio de lo que la opresión intenta arrebatar.
La pesadilla había terminado, pero su sombra permanecía: un
recordatorio de que la libertad es frágil, la felicidad un acto de resistencia
y que, en cualquier lugar del mundo, millones viven bajo gobiernos que
expropian no solo bienes, sino la serenidad y la dignidad de sus ciudadanos
“La libertad es frágil; la felicidad, un acto de
coraje que la opresión busca destruir.”
Para publicarlo en El Nacional o El Universal en la Venezuela Libre que había hace 10 años, pero como no se puede hay que agradecer que existen estos medios.
ResponderEliminarEXCELENTE
Algún día Venezuela volverá a ser la de antes... donde no haya temor de que los sueños sean "expropiados"... espero llegar a verlo! Besos Rumi.
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