“La intuición como acto ético, no como prejuicio.”
Hay momentos en la vida
en los que algo, sin nombre ni forma precisa, perturba el equilibrio interior.
No es un hecho extraordinario ni una escena memorable, sino una sensación: una
incongruencia percibida, un desajuste entre palabras, gestos o actitudes, que
despierta la intuición antes de que la razón intervenga.
Entonces aparece el
conflicto. La intuición advierte, con una claridad silenciosa, que algo no es
auténtico. No se trata aún de un juicio moral ni de una condena, sino de la
percepción de una falta de coherencia. Pero la moral cristiana —aprendida,
interiorizada, honrada— responde de inmediato: no juzgues, no condenes, ama al
prójimo, guarda silencio. Entre ambas voces surge la culpa. ¿Es lícito percibir
incoherencia en el otro? ¿Es pecado reconocer lo que aún no se ha formulado
como juicio?
La conciencia se debate
entre dos fidelidades: la fidelidad a la fe, que invita a la misericordia, y la
fidelidad a la intuición, que exige honestidad. En ese punto se revela una
verdad incómoda: discernir no es condenar. Percibir una falta de coherencia no
es un acto de soberbia, sino de lucidez. La intuición no nace del desprecio,
sino de una sensibilidad entrenada para reconocer armonía o desajuste en la
conducta humana.
La fe auténtica no exige
ceguera moral. No pide ignorar la falsedad ni silenciar la conciencia. Por el
contrario, exige coherencia: entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo
que se cree y lo que se vive. La intuición, lejos de oponerse a la fe, es uno
de sus instrumentos más sutiles: una forma de discernimiento que protege la
integridad interior.
Comprender esto libera de
la culpa innecesaria. No todo juicio es condena; no toda percepción es pecado.
La verdadera falta no está en reconocer la incoherencia ajena, sino en
traicionar la claridad interior por miedo a parecer severos o poco piadosos.
Así, la intuición se
revela como un don: una brújula ética que orienta sin gritar, que advierte sin
humillar, que permite habitar la fe sin autoengaño. Escucharla no endurece el
corazón; lo vuelve honesto. Y solo desde esa honestidad es posible vivir una
moral que no sea fachada, sino verdad encarnada.
La intuición no nos
separa del otro; nos acerca a la verdad de nosotros mismos.
“Discernir sin
condenar es una de las formas más difíciles de la honestidad.”
Jajajajaja me imaginé el personaje, y el cuadro completo con sonido incorporado.
ResponderEliminarMuy buen relato, muy fresco y juguetón, aunque triste en su mensaje, que lástima que esta sea la realidad que se vive en Venezuela.
Rumiana
http://losnaranjosreposteria.blogspot.com/
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Rumiana, gracias por tu comentario... si, es el día a día de una sociedad en decadencia, lamentablemente... nos toca vivir esto.
ResponderEliminarPD/ no comprendí tu segundo comentario, ese de que el autor eliminó la Entrada...? saludos, un abrazo.
Hola,
ResponderEliminarlo que pasa es que sin querer publique el mismo comentario dos veces, y luego eliminé el segundo.
eso es todo.
Saludos
Rumiana
Ah! Ok... jejeje besos.
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