Nota de la autora: La imagen que ilustra este capítulo no identifica el número, ni el título, ni el autor —no sé, en realidad, si es el capítulo final o el inicial contado al final—. No sé si la autora es Anita, o soy yo… ¡es la vida de Lola, y con ella todo es un enredo! Que el reloj esté desarmado refuerza la sensación de que el tiempo se detiene, se dilata o incluso pierde relevancia frente a los ciclos humanos de vida, muerte, memoria y legado —mientras la historia continúa, incesante, en cada recuerdo que la mantiene viva.
“Cuando la vida se despide,
la historia continúa en manos de quienes aman.”
El día estaba
maravilloso. Salía el sol después de haber estado toda la mañana lloviendo; una
lluvia suave y fría como la seda. Era esa época del año en que coincidían las
estaciones. Todo húmedo, verde y floreado, por la lluvia y el sol. Tiempos de
romances y nostalgias, de siembras y cosechas. El tiempo todo lo puede y todo
lo invade, dejando su infalible huella; pero, en fin, ese es el destino
inexorable de la naturaleza y de la humanidad: cambiar, para bien o para mal.
—¡Por Dios! La
misa de difuntos de esta mañana… se me hizo eterna. José debería retirarse ya,
se ha puesto chocho. Alarga mucho sus sermones y, sin darse cuenta, empieza a
hablar en latín. No, no, no… ¡Es insoportable estar casi dos horas de pie o
sentada, no aguanto mis caderas ni mi espalda! —se quejaba Doña Ana, al
referirse a la precoz senilidad de su amigo, el cura Don José.
—¡Abuela Ana,
han pasado los años… y los años no pasan como si nada! Fíjate, tú estás también
chocha; vives quejándote de todo y por todo. —le acotó Anita, muerta de la
risa, mientras acomodaba una silla para que su abuela se sentara y descansara
los pies.
Antonio sonreía,
porque ellas dos siempre se enganchaban en un tema. Todo lo que dijera su
abuela, Anita lo remedaba y viceversa. Eran, como dicen por ahí, ¡uña y sucio!
—Ninguno de
ustedes se atreva a pasar con los zapatos llenos de barro, con esta lluvia el
camposanto estaba hecho un pantano. ¡Lávense las caras y manos, todos directos
a la cocina, que vamos a almorzar! —les advertía Antonio a los muchachos.
Temprano habían
asistido a la misa de difuntos y luego pasaron por el cementerio para llevarle
flores a sus muertos. Antonio se sentó en la mesa, en silencio. Siempre, en
esta fecha, la melancolía era su mejor compañía. Aunque les repetía a los
muchachos, una y otra vez, que recordasen con alegría a su madre… era él quien
obviaba este consejo. No importaba lo que hiciese, siempre terminaba con los
ojos llenos de lágrimas. No solo la recordaba, sino que la extrañaba en
demasía.
Los muchachos se
sentaron en la mesa con desorden y algarabía. El almuerzo sería especial ese
día, pues Luis Antonio, el cuatro de ocho, cumplía diez años. Sus hermanos lo
llamaban “cuatro” porque, de ocho, fue el cuarto varón y el cuarto rubio. Él,
ante este sobrenombre, no tardaba en manifestar su enojo, recalcándoles que se
llamaba Luis Antonio. Entre risas y protestas, los siete reclamaban la comida;
pero esta no se servía porque no estaban presentes todos: faltaba Anita.
—No se vale,
papá, es mi cumpleaños y quiero comer ya. ¡No es justo que Anita se haga
esperar! —se quejó el cumpleañero.
Antonio,
soltando un suspiro, ordenó a los chicos tener paciencia y guardar compostura.
Se levantó y fue directo a la escalera, se paró al pie de esta.
—Anita, Anita…
te estamos esperando para almorzar, ¡se están amotinando! —le gritó Antonio,
desde lo bajo, a su consentida.
Ella bajó las
escaleras lentamente, con su amplia sonrisa; una de esas que ablandan el más
duro corazón. Mientras bajaba, uno a uno los escalones, lo miraba con esos
grandes ojos azules y llenos de amor, como los de Lola. Tenía sus brazos a la
espalda, escondiendo algo en sus manos. Al llegar donde estaba él, se sentó en
un escalón y lo invitó a sentarse, haciéndole señas con una de las manos. Él se
sentó con una risa contenida, siguiéndole el juego. Anita puso frente a él una
gran caja blanca con un moño azul brillante.
—¿Qué es esto,
cariño? —le preguntó intrigado, agarrándolo con sus manos y apoyándolo sobre
sus muslos.
—Es un regalo
para Luis Antonio. ¡Ábrelo! —le dijo Anita con dulzura.
Antonio lo
abrió. Dentro se encontraba una especie de libro, con cartulina como portada.
Lo hojeó, encontrándose con muchas hojas mecanografiadas y fotografías
insertas; lo había titulado: LOLA Y SUS ENREDOS. Los ojos se le llenaron
de lágrimas y apretó sus mandíbulas para ahogar el llanto.
—¿Es lo que yo
creo… la historia de tu mamá, de mi Lola? —le preguntó con la voz entrecortada,
gimoteando.
—Sí, papá, por
lo menos lo que yo recuerdo… y otras cosas que mi abuela Ana, mis tías,
Matilde, las nanas, Teresa y, bueno, casi todos algo me han dicho… hasta tú,
¡quien has sido quien más me ha contado! ¿Te gusta? —le preguntó por preguntar,
pues era evidente que sí.
Lo abrazó
fuertemente y le dijo al oído:
—Saqué muchas
copias, a todos les he dejado la suya sobre sus camas… en especial a ti, que
fuiste su adoración. Te amo, papá, ¡no lo olvides nunca! —Guardó el obsequio
dentro de la caja, se levantó y se fue directo a la cocina.
Antonio la
miraba mientras se iba, al tiempo que su corazón se comprimía; Anita ya era
toda una mujer, bien criada, igualita a su Lola y había cumplido su palabra:
¡haría lo que fuera para que a su madre nadie la olvidara! Sentado en la
escalera, se quedó con su melancolía y con su alegría; con su frustración y su
satisfacción. Desde ahí escuchaba las exclamaciones de los muchachos al ver el
regalo de Anita. Ella les contaba cosas, cosas que ellos preguntaban. De vez en
cuando lloraban y otras veces reían. Antonio sonrió; la risa de ellos era
bálsamo para su alma acongojada.
Lola se fue… pero no lo dejó solo,
¡le dejó el más grande de los tesoros, sus hijos!
FIN
“Este
final no cierra —despierta—. El regalo que Anita entregó hoy es la semilla de
la historia que comenzó ayer —la que les narré—, que seguirá viviendo mañana y
siempre, entre sus descendientes, mientras haya quien recuerde.”
Gracias en lo que me corresponde!!! Buen final propio de la Genialidad de la escritora. Gracias a Tí. Fue un gran placer compartir esta experiencia contigo y demás fans.FELICITACIONES!!!
ResponderEliminarBueno.... final cerrado con broche de oro, me encanto la novela completa, me encantaron las situaciones inesperadas y los giros que daban las cosas. Creo que este es un material increíble y además único...nunca he leído nada igual, esta es la semilla que sembrará la primera cosecha.
ResponderEliminarBesos y muchos éxitos
Agradecida estoy a todos aquellos que me han apoyado con la lectura de mis relatos de Lola y Sus Enredos; pero debo hacer justicia y dar un reconocimiento especial a ustedes dos: RUMIANA y NÉSTOR, porque capítulo a capítulo, desde el inicio hasta el final, me apoyaron, dándome ánimo para continuar sin desmayar en el intento. Con la mano en el corazón les digo, eso para mí tiene un valor inmenso, lo valoro y lo agradezco infinitamente. Los quiero!
ResponderEliminarPor fin estoy entre tus fans de lectores, me has dejado asombrado mi vieja vecina, con la forma como manejas las tecnicas descriptivas , pareciera que el lector se transportara y estuviera presente en cada pate de tu obra. Es como si el lector viviera en la obra.Esta novela es como las novelas del Brazil que productores de cine las han llevado a la pantalla, me parece Ana , que tu obra puede estar en ese sitial. Me gustó mucho desde el pricipio hasta el final. Te felicito cariño. Tienes con que para ser una gran escritora , y estoy muy orgulloso de tenerte como mi vieja vecina.
ResponderEliminarGracias a tí amigo por tu gentil comentario y porque me has seguido en Hotmail fielmente. Una amistad de más de treinta años es de considerar... y gracias, sobretodo, por llamarme "vieja vecina" y no "vecina vieja"... ajajaja... eso también es muy gentil!
ResponderEliminarGracias por estar aquí, apoyándome, lo valoro mucho.Un gran abrazo.
Tony, corrijo... saqué las cuentas... son 39 años! Dios... nos estamos poniendo viejitos!!! jejeje
ResponderEliminarApenas fue ayer Ana. Casi una vida
ResponderEliminarLeyendo, me quedé finalmente al igual que Antonio, sentado, yo en esta silla ahora, con algo de melancolía pero con mucha satisfacción por ver tu hermoso tesoro de escritura... hasta el día de hoy no sabía totalmente de lo que me estaba perdiendo al no leer, al menos, este momento final. Me has trasladado a esas escaleras tal cual Antonio, veo a esa Ana bajarlas y seguir si camino, escucho las risas de esos jóvenes... Me has trasladado y abducido. Besos, y aplausos de mi parte Madre mia, orgullo es una palabra escueta para describir lo que siento, alegría se queda corta para decir cómo de satisfecho y feliz me encuentro al verte en este nuevo camino, no solo para satisfacción tuya sino para alegre y melancólica alegría de tus lectores. Un beso y un abrazo!. Madrid, Sábado 06 de Junio del 2011. ... me quedaré un rato más sentado... saboreando la extraña sensación de este relato.
ResponderEliminarGracias hijo!
ResponderEliminarLa vejez y la soledad nos regalan tiempo extra; tiempo que intentamos "llenar" con algo que nos satisfaga... y a mi me satisface "rayar hojas en blanco". Y si esto te llena de orgullo, entonces mi satisfacción es infinita y me hace sentir que no he perdido mi tiempo y que he sido compensada, en demasía, por cada letra escrita... mi amor por tí es tan grande, que solo Dios es capaz de mensurarlo! Dios te bendiga!!!!! Ah! gracias por tus palabras, tan amorosas y gentiles para con tu madre, la que te ama, la que te extraña.