domingo, 22 de agosto de 2010

TE IMAGINO













Había sido una semana larga. Bulliciosa, enredada, ajetreada... Así que decidió alquilar una cabaña en la montaña y descansar. En su equipaje solo iban botellas de buen vino y la novela que había empezado... pero que no había podido terminar de leer.
Se había quedado sola en esa rústica estructura de piedra, madera y vidrio. El hogar estaba encendido y calentaba el recinto. Los grandes ventanales dejaban ver el cielo azul grisáceo y los nubarrones por dondequiera. Los Sauces y Pinos agitaban sus ramas por los vientos y la lluvia bañaba los cristales, al tiempo que tocaba una relajante sinfonía al caer sobre el tejado. El olor a tierra mojada y el de los Madroños, se mezclaba con el de la leña, la cual se podía oir crujir en aquél plácido silencio... que delicia!
Abrió su valija, y sacó con sus dos manos aquél libro, colocándolo contra su pecho. Con una sonrisa pícara en sus labios, se dijo en voz alta:
- Ahora si podré leerte... no habrá nadie que me lo impida.
Lo colocó sobre la cama. Fue por una botella de vino y la destapó... nada de copas; era toda para ella. Nada de delicadezas, ni normas... esa noche era suya y reinaría su desorden; su caos... sería la estrella. Se la llevó al baño y a sorbos la tomaba. Se desvistió lentamente, nada la apuraba... nadie la esperaba. Cada prenda iba despacio para el suelo... como cada trago para su boca.
En la regadera, el agua casi fría... como le gustaba. Después de asearse minuciosamente y quedar prolija, allí se quedó... gran rato bajo el agua; no pensaba en nada... cómo la relajaba! El agua corría por su cuerpo, por todo él resbalaba; salvo por sus pechos, al llegar a sus pezones... dos caídas de agua formaban. Saciada como estaba de la tranquilidad que la embargaba... salió de la ducha; se colocó la bata sobre su cuerpo, así... mojado como estaba. Peinó sus cabellos; de cada rizo pendían, como diamantes, gotas de agua; los ató con una cinta de seda blanca. Untó su cuerpo con fino aceite de rosas, que le trajeran de Bulgaria. Se miraba al espejo mientras cepillaba sus dientes... sonrió y se tiró un beso y se dijo a si misma:
- Eres dueña de la noche... haz lo que te dé la gana!
Relajada y entusiasmada salió del baño, con la botella de vino en la mano. Se detuvo y volteó hacia atrás; vio como dejaba huellas de agua al caminar. Sonrió de felicidad, no tenía orden que guardar... en años, era la primera vez que ningún ejemplo tenía que dar. Se sentía libre y traviesa, como niña cuando queda sola en casa... cuando los padres se marchan. Bajó los edredones... dejando al descubierto las limpias sábanas blancas y acomodó las almohadas... y se acostó en la cama. Dejando la botella sobre el velador, tomó entre sus manos el libro... que por fin leería. Lo abrió fácilmente... por donde estaban las páginas arrugadas. Se quedó viéndolas, así como estaban... casi arrancadas. No pudo evitar que su mente la traicionara y la despojara de esa paz, de esa tranquilidad... que esa noche ella anhelaba.

La habitación estaba en penumbras. Y desde su rincón... él la observaba echada en la cama, leyendo su novela... bajo la luz de la lámpara. Al fondo se oían los sonidos de la ciudad; esos por los que ella tanto se quejaba. Pero esa noche... estaba plácida, concentrada en su lectura. Su cabellera negra y ondulada se encontraba desordenada sobre la almohada. Tenía parte de su torso al descubierto. Sus pecas en los hombros... y sus pezones rosados, sobre su piel blanca, parecían amatistas y corales esparcidos sobre la arena de la playa. Parecía una diosa griega... él mucho la deseaba. Desde donde estaba... podía percibir el olor de su cuerpo, ese olor tan suyo... que tanto le inquietaba. Salió de su penumbra y se acostó detrás de ella... cercándola por la espalda.
Al sentirlo... sonrió. Volteó su rostro hacia el de él:
- Ya vas a dormir?
- No lo creo...
- Quisiera terminar de leer este Capítulo, me dejas?
El se le quedó mirando... su boca... sus ojos...
- Claro, tú sigue leyendo...
Ella retomó la lectura... pero no por mucho tiempo. Con el dorso de sus dedos él acariciaba sus muslos; los metía bajo la bata... hasta sus caderas.
- Quédate quieto... así no puedo leer! Se quejó ella.
- Acaso estoy tapando tus ojos? Dijo él sarcásticamente.
- Solo este capítulo, ya lo voy a terminar...
No le hizo ningún caso, siguió jugando con sus dedos sobre el cuerpo de su amada; le gustaba... ya no se quejaba y su respiración se agitaba. Ella ya no leía, sus ojos cerrados estaban, pero el libro... no lo soltaba. El siguió acariciando cada rincón de su cuerpo... sus dedos, llenos de miel estaban. Empezó a besarla, lentamente... hasta beberla y extasiarla. Fue, justo en ese momento, cuando sus dedos se apretaran, arrugando las páginas del libro... el que por fin soltara, rodando por el piso... al igual que ella por la cama.

Había recordado esa noche... y el por qué de las páginas arrugadas; mordía sus labios y apretaba sus muslos. Cerró el libro... no lo leería esa noche... nunca lo terminaría de leer. Llevó la botella de vino a su boca... se estaba embriagando, no por el vino... sino de placer.

Ana margarita.-

NOTA: La Foto que ilustra el presente relato fue bajada de Imágenes de Google; se desconoce autor o propietario, a ellos los méritos y derechos que correspondan.

2 comentarios:

  1. Maaaaadre... Muy bueno.. ni te preguntaré cómo y por qué has colocado esta entrada, me es grato que dejes la imaginación a volar, o que te dejes un tiempo para volar....

    ResponderEliminar
  2. La pasión es innata al ser humano, nace con el y muere con él... cuando llegues a mi edad, entenderás hijo mío! Ah! Claro, si se llegase a perder... quedan los recuerdos. jejeje te amo.

    ResponderEliminar