Posición de resguardo es un poema íntimo que explora el duelo emocional, la vulnerabilidad y el acto de proteger el propio corazón tras la herida. Una poesía lírica y corporal sobre aprender a quedarse, escrita desde el silencio, el cuidado y la sanación interior.
Abro los ojos.
La luz duele.
Los cierro otra vez
porque he llorado demasiado.
Me siento.
Me levanto.
El desgano me vence
y regreso a la cama,
al lugar donde el cuerpo
todavía puede rendirse.
Cierro los ojos.
Las lágrimas caen solas.
Mi cabello cubre el rostro:
mejor así,
que nadie vea el rojo
sobre la piel blanca.
Recojo las rodillas,
doblo el cuerpo,
me enlazo con los brazos.
Me hago nudo.
Fuerte.
Imposible de desatar.
Contengo el aliento.
Que se haga el silencio.
Que el corazón escuche
lo que voy a decirle.
—Quédate quieto.
Hoy yo te protejo.
Nadie volverá a robarte.
Serás un punto negro
haciendo líneas
en páginas en blanco.
Y así,
como cuaderno vacío,
te guardaré.
No me levanto aún.
El cuerpo sigue recogido,
como si temiera que el mundo
volviera a entrar sin aviso.
Pero algo cambia:
el aliento ya no se quiebra,
se queda,
entra y sale
con cuidado.
El silencio no pesa tanto.
Se sienta conmigo
en el borde de la cama
y no exige nada.
Sigo protegiéndote,
le digo al corazón,
aunque ahora lo hago
sin apretarte.
No para esconderte,
sino para que aprendas
la forma de quedarte.
El nudo afloja apenas,
no para abrirse,
sino para recordar
que fue hecho por mis manos
y que mis manos
también saben soltar.
La luz regresa,
ya no hiere:
toca.
No pide que mire lejos,
solo que mire aquí,
este cuerpo que aún está,
esta respiración
que insiste.
No hay promesas nuevas.
Solo espacio.
Un margen en blanco
entre línea y línea
donde nada duele.
Y aunque el cuaderno
sigue casi vacío,
ya no lo cierro.
Lo dejo abierto,
boca arriba,
esperando
no a alguien,
sino al día
en que escribir
no sea una forma de defensa,
sino de estar viva.
Un poema sobre aprender a quedarse consigo misma después
de haber sido herida